A mí lo que más me inquieta es la tranquilidad pegajosa que sobreviene después de una crisis. ¿Qué la trae, por qué olvidamos, por qué sanamos?
En medio de la crisis nadie apuesta una moneda por la paz: la crisis parece interminable, sí, porque el dolor está más vivo que uno. Pero después ocurre algo, un ruido interno como un interruptor viejo, ¡trac!, y llega un silencio reparador. Algunas cosas vuelven a tener sentido entonces.
Son las mismas idioteces de siempre, las habituales, pero algo las hace tener un brillo especial: las ganas de escribir, encontrarte con un amigo, dormir con tu amor, jugar al truco.
Todo eso ha estado siempre, agazapado a los costados de la crisis. Nunca había desaparecido, es cierto, pero era invisible; o mejor: era poco.