
En medio de la crisis nadie apuesta una moneda por la paz: la crisis parece interminable, sí, porque el dolor está más vivo que uno. Pero después ocurre algo, un ruido interno como un interruptor viejo, ¡trac!, y llega un silencio reparador. Algunas cosas vuelven a tener sentido entonces.
Son las mismas idioteces de siempre, las habituales, pero algo las hace tener un brillo especial: las ganas de escribir, encontrarte con un amigo, dormir con tu amor, jugar al truco.
Todo eso ha estado siempre, agazapado a los costados de la crisis. Nunca había desaparecido, es cierto, pero era invisible; o mejor: era poco.